martes, 6 de diciembre de 2016

Las cortes del Rey Tiempo


                  

Reza un adagio cubano que no hay reunión que se respete que empiece en tiempo, ni centro de trabajo que cumpla su propio horario.


No se trata de ser absolutos, ni de echarle la culpa a todos, pero lo cierto es que hoy en Cuba reina el irrespeto hacia el tiempo ajeno, e incluso el propio.


¿Qué otra explicación puede existir cuando la hora acordada se extiende no por minutos, sino incluso días y semanas?


¿Qué más se puede pensar ante el desinterés de aquellos que a la vista del público impaciente cuentan a viva voz o por teléfono sus vidas; o la novela , mientras el que espera, el que necesita de algo, sonríe y espera, y espera…


Lamentablemente hoy cualquier gestión se convierte en una espera sin luz al final del túnel. Peloteo, burocracia y la indiferencia generalizada provocan disgustos, malestares y un insano deseo de pagar con la misma moneda, aunque no sea la misma gente. Así se crea un círculo vicioso.


Pero también están los que por comodidad atrasan hasta el máximo posible sus tareas y obligaciones, bajo la excusa de que su tiempo pueden gastarlo de la manera más conveniente.


Estas personas no entienden que el tiempo de la vida no es un banco, donde lo que ahorres te queda para otro momento; sino que consiste en cada minuto, cada hora. Si te pierdes uno, no se recupera, no se almacena. Solo se desvanece.


¿Con tanto que hacer y disfrutar vale la pena desperdiciar esos instantes únicos? ¿No debería ser nuestro tiempo el que más cuidamos para así proteger el ajeno?


Pero hay otra consecuencia. Este pensamiento los pone en las cortes del Rey Tiempo, pues quien malgasta sus momentos, piensa que los demás pueden hacerlo y no tiene reparos en repartir demoras. Y esto si es grave.


Violentar el tiempo ajeno no solo es un problema más, es el signo de la falta de educación, de respeto y solidaridad. Atenta también contra eso que muchos llaman “el honor de la palabra empeñada”.


Es cierto que todo sucede en la vida y los atrasos pueden ocurrir, pero que se vea como lo normal es un principio que no se debe fomentar.


Pero cuando se hace por el gusto de sentirse importante y necesario es imperdonable. Demorar algo solo porque se puede, es holgazanería, pero cuando se trata del tiempo ajeno constituye un mal que no se puede reparar.


Ese tiempo perdido sale del centro de trabajo al que se dejó de ir para resolver una gestión, del quehacer doméstico que no se pudo realizar. Y el círculo vuelve a girar.


Como molino de harina se trituran las normas de educación, la cortesía y el amor al prójimo que durante muchos años caracterizó al pueblo cubano. Cada día se profundiza una crisis de valores que ya es cotidiana.


Incluso los padres se lo enseñan a sus hijos, y los maestros a sus alumnos mientras las buenas maneras vuelan más allá de nuestro alcance cual papalote sin cola.


La norma debería ser el llegar 5 minutos antes, el cumplir las citas y plazos. Hay que rescatar la puntualidad de los abuelos y el significado de una palabra.


Los cubanos deben aprender que el tiempo, aunque invariable no es un rey. Mucho menos lo son aquellos que componen sus cortes, todos los humanos que lo tenemos como propio.


Nadie tiene el derecho de robarte tu tiempo, así como tú no tienes el derecho a tomárselos a los demás. Esta es la única manera de salir de las manos de aquellas cortes que se creen reyes mientras comercian con un bien limitado.

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