lunes, 25 de noviembre de 2019

Yo Te Veo - Raúl Torres

De vecinos y otras historias



Según recoge el diccionario de la lengua española, la palabra vecino proviene del latín vicus, relativo a barrio, y como tal designa a aquellas personas que viven en las cercanías más inmediatas.

En Cuba, por la forma de ser de su gente, los vecinos llegan en ocasiones a convertirse en amigos muy cercanos y hasta parte de la familia, por ese calor humano que los distingue al contar un chisme o pedir el último buchito de café, y esa solidaridad tan cubana que los hace acompañarte hasta el hospital si lo necesitas o comportarse como otra abuela para con algunos niños.

Pero no en todos los casos las experiencias resultan agradables a la hora de hablar de convivencia, más aún cuando no se siguen las normas básicas para esta, con el merecido respeto al espacio de otras personas.

Así no resulta raro entre nuestras cuadras la música hasta altas horas de la madrugada, bolsas de basuras ante puertas ajenas, cría de animales en espacios públicos, irrespeto al horario de sueño, y muchos otros ejemplos que estas líneas no alcanzarían a nombrar ni explicar sus efectos.

Peor aún, en muchos casos esta conducta se extiende hasta los más pequeños quienes impunemente pintan paredes y aceras, tocan constantemente las puertas para luego esconderse, y así otros “juegos” con la anuencia de los padres, quienes no admiten regaño alguno por la conducta de sus hijos.

Tales actuares provocan enfrentamientos entre los implicados, que llegan en ocasiones a escalar a verdaderas discusiones, enemistando familias a lo Montesco y Capuleto, y hasta requerir la intervención de autoridades, ya sea judiciales o policiales, para en cierta forma, zanjar la cuestión.

Otros, tal vez asiduos lectores de Nietzsche, apuestan por la alienación de sus vidas ante el conflicto, encerrados entre sus paredes, totalmente dentro de una burbuja que les impide interactuar con su entorno, tal como si fueran entes inexistentes.

En ambos casos no se ataca a la cuestión de fondo, ese irrespeto a las normas más básicas de convivencia, las mismas que con mínimas adecuaciones según el tiempo y el lugar, existen desde los primeros días de la vida del hombre en comunidad y pasan por el sentido común.

El respeto a los horarios, a las regulaciones urbanísticas y sanitarias existentes, a la cortesía y la buena educación, y en sentido general a la persona que comparte nuestra dirección en un carné de identidad constituyen la base para vivir en armonía junto a esa otra familia, la conformada por las comadres y compadres del barrio, y disfrutar de una vida plena capaz de convertir una casa en un hogar.

En las manos de cada cual, y en su actuar, está la posibilidad de comportarse como un buen vecino, amable y respetuoso, jaranero y familiar, como esos que todos soñamos con tener, y quién sabe si en un futuro, ante la pregunta de un curioso de que es lo que más se extraña al estar lejos de casa, se pueda responder con confianza: ¡Mis vecinos, son lo mejor!

sábado, 16 de noviembre de 2019

Aniversario 500 de La Habana: Toda Cuba en una ciudad


Dicen los investigadores que como en una relación simbiótica, las ciudades se parecen a su gente, y estas, a las urbes que les cobijan.

Pero esa magia a la cual algunos llaman identidad y otros sentido de pertenencia, consolidada a lo largo del tiempo, adquiere características inusuales al hablar de La Habana, la de todos los cubanos, la que en estos días arriba a su medio milenio de vida.

El epíteto no cae en frase manida ni eslogan de una campaña comunicativa, porque la cuidad de las columnas, como la llamara alguna vez Alejo Carpentier, resulta a la vez dialogante y hospitalaria con visitantes y vecinos, permanentes o de paso.

En ella resuena aún los cañonazos del Morro y como un vistazo al pasado parecen volverse a ver las velas lejanas de un pirata voraz por sus riquezas, la algarabía de las Flotas en su puerto y el paso de lujosas calesas, pero también las historias de amor desde la Loma del Ángel, el recuerdo cruel de ocho estudiantes muertos por el odio ciego, un joven Martí por sus calles y el surgir de una palabra de amor infinito: cubanía.

Y vuelve la vista a un pretérito más cercano y el corazón se estremece al ver jóvenes casi niños marchar frente a la Universidad reclamando sus derechos a pesar de la represión y el castigo de los gobiernos que nadie eligió pero tomaron el poder gracias a mafiosos y embajadores yanquis, los mismos que junto a las lujosas avenidas construyeron desigualdad y muerte, vicio y corrupción.

Entonces ese amor a la Patria, que no es a la tierra que pisan nuestras plantas, sino el odio invencible a quien la oprime, florece al ver el paso de los barbudos de la Sierra, de los campesinos con los títulos de sus tierras, de los alfabetizadores con lápices y sonrisas, y de las tribunas inmensas donde el pueblo convenció al mundo de que su obra no se rendiría por presiones o amenazas.

Todo esto le dice La Habana al transeúnte inquisitivo quien en su curiosidad, encuentra la historia viva de una nación entre los adoquines gastados de la Habana Vieja, en los paseos arbolados del Vedado, el bullicio alegre de Plaza de la Revolución o el olor a mar y cielo de Regla.

Pero las calles que se extienden bajo la atenta mirada de la Giraldilla no pertenecen solo a los capitalinos, ni su arquitectura ni sus costumbres, caldo de ajiaco de toda una isla que tanto aportó como recibió, pues la ciudad de los 500 años supo abrazar en un cálido abrazo lo mejor de la cultura y tradición, para hacerse y ser por y para los cubanos.

Así lo expresó Eusebio Leal, durante una entrevista al inaugurase el Capitolio, otra joya para la ciudad cercana a su aniversario:

“La Habana es hoy un símbolo completo y absoluto de la nación cubana. Es el símbolo de sus libertadores, porque la historia lo construyó así. (…) Esta ciudad que es la ciudad de su Universidad de casi tres siglos, de su Sociedad Económica y Patriótica, de su Sociedad Científica, de su Academia de Ciencias, de su educación pública, de su insurrección gloriosa, de sus héroes y educadores, de sus padres y fundadores. Una ciudad de la cual tenemos que sentirnos orgullosos los que somos parte de la clase obrera, los que fuimos alfabetizadores, macheteros, constructores y que sentimos que todo esto es nuestro”.