jueves, 16 de noviembre de 2017

San Miguel de los Baños: El paraíso olvidado de Cuba (+ Fotos)




Cuenta la leyenda que allá por la época de las plantaciones, un esclavo de nombre Miguel quedó a su suerte en tierras de nadie para padecer de las dolorosas llagas que lo aquejaban.



El enfermo, decidido a vivir, hizo su hogar en una cueva cercana, alimentándose de lo que podía encontrar y tomando agua de los numerosos manantiales existentes, donde también se bañaba.



Poco a poco sus llagas fueron cicatrizando, y su salud mejoró notablemente, permitiéndole incluso regresar con su amo y dar cuenta de su hallazgo que posteriormente sería llamado San Miguel de los Baños.



EL ABRIL DE LAS LEYENDAS



El milagro de Miguel se esparció rápidamente entre los dueños de las dotaciones vecinas, y fue confirmado en 1868, mediante varios exámenes que demostraron que las aguas, de composición magnésico-cálcica, con ácido metasilícico, sílice y azufre en estado coloidal, resultaban ideales para los tratamientos gastrointestinales y dermatológicos.



“A partir de ese momento fueron muchas las personas que acudían a buscar un poco de agua tanto para beber como para lavarse. Poetas, arquitectos, artistas y hasta la familia del millonario Henry Ford, visitaron la zona. Otros, buscando un tratamiento permanente, establecieron su hogar en las inmediaciones.




Una de estas sería el abogado Manuel Abril Ochoa”, comenta Leonel Pérez Orozco, conservador de la ciudad de Matanzas.“El doctor Abril, como le conocían, había encontrado alivio entre los manantiales y viendo potencial en las propiedades terapéuticas de las aguas y las condiciones del clima, emprendió la construcción de un estación termal”, explica la doctora Olga Lidia Sosa Rodríguez, directora del proyecto Libélula o San Miguel de los Baños..



“La construcción, iniciada en 1929, se realizó en tiempo récord, con un estilo ecléctico semejante al casino de Montecarlo y al palacio de Sans Succi, en Alemania, ambos muy conocido en la época. Surge así el Gran Hotel Balneario como una joya arquitectónica dentro del valle de Guamacaro y la única estación termal hidromineral y climaterapéutica del continente y, por las próximas tres décadas, la ciudad balneario más popular de Cuba.”, continúa la doctora.



“La edificación principal contenía en sus tres plantas un salón principal y recepción, restaurante, bar-cafetería, numerosas habitaciones, cocina, almacén de víveres, cámara fría, consultorio médico, laboratorio y otros locales de servicios. Tampoco faltaban las cámaras de baños para aquellos que no desearan hospedarse, amplios jardines exteriores, de estilo francés, para acoger al público y un gran salón de baile adornado con vitrales”, describe Alberto Cabrera Cabrera, presidente del Consejo Popular.




Estas condiciones, junto al abasto de agua proveniente de varios manantiales, permitieron que tras su inauguración en 1935 el lugar se estableciera como la villa de descanso preferida de la burguesía habanera y de varias personalidades.



“A su ambiente campestre se sumó la construcción de numerosas quintas de maderas y la urbanización del pueblo, el primero de Matanzas en contar con alcantarillado, acueductos, gasolinera, e incluso un pequeño aeropuerto donde aterrizaban avionetas. También se construyeron otros hoteles hasta llegar a ser 25, algunos tan reconocidos como el San Miguel, el Villaverde ya desaparecido y el Cuba, además de fomentar las casas de huésped con estilos victorianos que sumaban leyendas como la de la casa de Blanca Nieves y los siete enanitos y el Cristo Milagroso de la Loma de Jacán”, comenta Sosa Rodríguez.



De esta manera, y junto a la comercialización de sus aguas, el lugar alcanzó fama mundial, recibiendo como promedio casi 300 turistas semanales de todos los lugares del planeta.



UNA NUEVA ETAPA



El triunfo de la Revolución en 1959 trajo cambios en la gestión del lugar, cedido voluntariamente por el doctor Abril para el disfrute del pueblo.



“Era un espacio agradable para compartir y festejar, disfrutar de un buen momento en un espacio natural de gran belleza. Fotos de quince y de bodas se tomaron aquí en esa época y todavía su imagen se usa a través de técnicas de montaje digital”, asegura Cabrera Cabrera.



Sin embargo, para Olga Lidia, en esta nueva etapa las aguas no eran las protagonistas.



“Su función ante las necesidades urgentes era principalmente hotelera, limitando la cultura de bienestar y calidad de vida. Por este motivo y aunque el balneario siguió prestando servicios como hotel y casa de descanso, poco a poco se fue deteriorando debido a la falta de mantenimiento y recursos, hasta cerrar sus puertas en el Periodo Especial”.



Serían necesarios 26 años para que en el 2016 sus aguas volvieran a ser objetivo principal tras la decisión de entregar a la Dirección Provincial de Salud Pública de Matanzas el complejo.




“Lo recibimos con un notorio deterioro estructural. Por un lado había sido víctima del vandalismo y saqueo de sus mármoles, bañeras, y recubrimientos de cuarzo blanco. Por otro, la zona de los manantiales, ubicada en la parte posterior de la edificación, tenía obstrucción total de los sistemas de drenajes, ruptura y desprendimiento de las paredes de la cañada, así como condiciones insalubres en los sitios de alumbramiento de las aguas. Su estructura techada mostraba exposición del hormigón y peligro de desprendimiento de los adornos de las paredes, y existía un enyerbamiento generalizado”, explica Sosa Rodríguez.



EL VUELO DE LA LIBÉLULA



A pesar de su abandono, San Miguel poseía y posee, condiciones para ser patrimonio de Cuba y de la Humanidad desde las tradiciones y la confluencia de cultura, historia y religión presente en sus tierras.



Sus aguas mineromedicinales únicas en su tipo en Cuba, los paisajes naturales y las zonas de conservación de la biodiversidad junto a sus valores arquitectónicos presentes en el Gran Hotel del Balneario, la Iglesia, la avenida Abril, y la Ermita del Cristo de Jacán, son solo algunos de los valores tangibles del que fue llamado Paraíso de Cuba.




Por su parte, los intangibles incluyen asentamientos precolombinos, luchas mambisas, donde destaca la Batalla de Coliseo, y una notoria tradición religiosa, tanto cristiana como afrocubana.



Estos elementos hacen del sitio un terreno con enorme potencial según las tendencias mundiales hacia el turismo ecológico de salud en bienestar y calidad de vida; además de constituir un erario en arquitectura de madera.



Para proteger esta riqueza, una de las primeras medidas de la dirección provincial consistió en la creación de un proyecto que bajo el nombre de Libélula desarrolla una estrategia integral para aprovechar el recurso natural en bruto existente como un servicio comercial de salud con otra mirada al estado emocional y físico del hombre.



“Sin dinero y con voluntad se han logrado algunas cosas. Los bebederos del Tigre y la Salud se cambiaron a mármol, se chapearon los jardines y se expusieron las piedras. Además se restauraron las jardineras y se sembró el platanillo rojo del arboleado original y se comenzó a utilizar el agua como tratamiento alternativo”.



“También y con la ayuda de voluntarios se limpió la cañada del río Biajaca, que causaba el hundimiento del jardín, el cual se limpió en su totalidad. También pintamos y destupimos todo lo que pudimos”, comenta Sosa Rodríguez.



“Durante las acciones se observó un movimiento de apoyo por parte de la población, que empieza a ver los cambios y a creer en ellos. Esto, junto a las ferias de salud y consultas que se realizan para incluir a la comunidad en este proceso de restauración, son pasos necesarios. Sin embargo resulta vital una mayor participación popular y un desarrollo del sentido de pertenencia” comenta Cabrera Cabrera.



Para los habitantes de este lugar donde radica la mayor concentración de artesanos contra población, la existencia de un balneario con un ambiente emocionalmente adecuado donde se pueda disfrutar de la Cuba profunda y del turismo piel a piel con el cubano, representa una oportunidad única, pero también un compromiso.



“La restauración del balneario constituye un proyecto de desarrollo local, que va más allá de las edificaciones y del financiamiento. La recuperación pasa por el pueblo y las autoridades que deben asegurar la salud ambiental de la zona y principalmente de los anillos de conservación, porque si se contamina el acuífero no hay nada que hacer en San Miguel”, asegura Sosa Rodríguez.



Esto resulta la contribución más necesaria de su pueblo y visitantes, así como la mayor expresión de arraigo a la historia para ser capaces de preservar recurso y patrimonio, y volver a disfrutar del agua sanadora del olvidado Paraíso de Cuba que hoy lucha por renacer. (Fotos: Cortesía del grupo San Miguel de los Baños y Ramón Pacheco Salazar)






El peso de las canas



Josefa camina por la vida sintiendo el peso de sus canas. De nada sirve que mantenga una rutina activa o se sienta útil al compartir sus saberes con los más nuevos, pues a cada momento pequeños detalles le atestiguan sus años pasados.

Ella no sabe qué le molesta más. Pueden ser los pasajeros de una guagua que sufren de sueño inminente en un asiento, a la vista de su bastón; o tal vez aquellos que sin contemplaciones se le “cuelan” en las colas por no esperar su paso cansado. Incluso están esas sonrisas mal disimuladas cuando se enfrenta a las novedades tecnológicas del siglo.

Tal vez sean aquellas conversaciones, en sus tiempos solo de alcoba y que hoy se dicen a viva voz por la calle o por teléfono, mientras los demás, y Josefa, escuchan cada detalle que no debe ser escuchado.

Incluso, puede tratarse de sus hijos y nietos, las luces de sus ojos, pero el dolor de su corazón, cuando sin contar con ella, ponen su vida patas arriba y asumen que, por la edad, su único papel es cuidar de los niños y hacer los mandados, una niñera sin voz ni voto, ni siquiera en su propia casa.

Cuando la sociedad cubana y particularmente la matancera avanza hacia el envejecimiento poblacional, cada vez resultan más frecuentes estas muestras que ya muchos consideran normales y que atentan contra una vejez saludable y plenamente satisfactoria.

La vida agitada de las urbes no parece esperar a los más ancianos cuando en realidad son sus habitantes quienes no lo hacen, ignorando el daño que este maltrato ocasiona. Y sí se trata de maltrato, pues con cada gesto de indiferencia o menosprecio, incluso los inconscientes, el peso de las canas se hace más fuerte en aquellos que una vez también recorrieron las calles con paso presuroso y hoy, aunque descansan, no terminan su papel como miembros de la sociedad.

Solo hay que pensar en las maestras y profesores que siguen dando clases no solo a los alumnos, sino también a jóvenes magisterios y padres inexpertos, o en esos doctores de voz suave y algún que otro resabio, capaces de diagnosticar con una mirada los males de un paciente.

En ellos el cabello blanco resulta solo el resultado natural de la acumulación de experiencia, esa que no se gasta por compartirla, sino que aumenta y se diversifica. Entonces, si las canas no representan el final de un camino, o algún acto de magia donde la persona pasa a ser invisible e inservible, ¿por qué tratarlos como tal?

El respeto a las canas debería primar en cada interacción con sus poseedores, no como un favor, sino una obligación surgida de lo mucho que les debemos, lo mucho que podemos llegar a necesitar de su sabiduría y del más elemental de los respetos.

Además, los dormilones de las guaguas y los apresurados de las colas deberían pararse a pensar en el futuro en el cual se están enterrando con sus acciones, pues a menos que alguien siga los pasos de Ponce de León y descubra la Fuente de la Juventud, ese será su destino y no podrán quejarse cuando alguien los trate igual que ellos a Josefa o incluso peor.

Hoy existen muchas campañas para que los integrantes mayores de la sociedad vivan una vida más activa e inclusiva, pero el resto debe incluirse como un todo, y no huir de las canas como una enfermedad contagiosa.

No basta para nadie, y menos para los poseedores de la sabiduría de los años, solo ser útil. Todos tenemos la necesidad de ser reconocidos como tal y que nuestra voz no pase desapercibida o sea motivo de bromas.

Para que los de plateados cabellos no sean una carga insoportable o motivo de sufrimiento, la sociedad debe revisarse y mirar sus acciones mientras recuerda cada beso, consejo o pedacito de cariño dado por las manos arrugadas, mientras se pregunta: ¿Es justo tratar así a quien tanto a dado sin esperar nada a cambio?, ¿Me gustaría que me trataran así en mi vejez?

Solo cuando ambas respuestas sean afirmativas podremos decir que estamos haciendo un buen trabajo para que el peso de las canas sea compartido entre amigos, vecinos o simples desconocidos que reconocen el tesoro que encierran los blancos cabellos y las manos arrugadas.

Tal vez entonces Josefa recorra las calles con una sonrisa, sintiendo la juventud de su vejez.