lunes, 20 de mayo de 2019

Martí: Corazón de mi Patria




“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”, escribiría José Martí a su amigo Manuel Mercado en aquellos días gloriosos de mayo de 1895, cuando la guerra por él organizada cobraba los primeros frutos de la libertad cubana.

Desconocedor de lo profético de sus palabras, el Apóstol continuaba con la labor que comenzó en el exilio, pero esta vez, desde las tierras de Oriente a donde había arribado hacía apenas algunas semanas.

Mas el tiempo no fue límite a su gestión, y los largos manuscritos, las cartas y sus diarios muestran la intensa labor desarrollada en ese tiempo y su preocupación constante por evitar los errores de la contienda anterior, ni nuevos que sembraran funestas semillas en la naciente República.

Asi tiene frases para Gonzalo de Quesada, Benjamín Guerra, Rafael Portondo Tamayo y a los generales, Antonio Maceo, Bartolomé Masó y Máximo Gómez sobre la concepción de la obra revolucionaria, la unidad, la prisa y la prudencia en cada acción, y su deseo de avanzar hacia un gobierno “simple y eficaz, útil, amado, uno, respetable, viable”.

También, con el pie en el estribo de su querido Baconao y a la aurora de noches en vela, escribe desde el hoy Guantánamo sendos manifiestos a periódicos diversos para dar a conocer la causa libertaria de la Mayor de las Antillas, como aquella que en fecha 2 de mayo de 1895 remitiera al New York Herald para expresar las razones, composición y fines de una Revolución que reconoce, comenzó desde principios de siglo y se reanudaba “para fundar, con el valor experto y el carácter maduro del cubano, un pueblo independiente, digno y capaz del gobierno que abre la riqueza estancada de la Isla de Cuba, en la paz que solo puede asegurar el decoro satisfecho del hombre, al trabajo libre de sus habitantes y al paso franco del Universo”.

Asimismo las plantas y flores ante sus ojos, las costumbres y la gente nueva toman forma también en su pluma, pero ni la belleza deslumbrante de la tierra que Colón llamó las más hermosa lo distrae de su camino ni su ideal: “el Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representada”, “retraso es igual a derrota”, repite como un mantra y su sueño se vuelve inquieto ante las dudas de si será útil en el campo militar donde lleva con orgullo su nombramiento de Mayor General, aunque algunos, para su molestia, insisten en llamarlo Presidente.

Ya llevan varias jornadas cerca de la confluencia del Cauto y el Contramaestre a la espera de la conclusión del enfrentamiento del Ejército Libertador contra la columna de Jiménez de Sandoval, acampados por esos lugares por la lluvia constante que enlodaba los caminos y dificultaba la marcha, cuando la tragedia golpea.

Mientras la caballería mambisa carga al machete por el río embravecido contra la vanguardia enemiga que desde la tarde anterior los hostigaba, Martí sale revólver en mano para unirse a la batalla contra cualquier recomendación, pero una descarga cerrada enemiga lo hiere mortalmente de cara al Sol aquel 19 de mayo de 1895, poco después del mediodía.

Allí cayó hace 124 años el cuerpo del amigo sincero y poeta de la rosa blanca, pero el espíritu e ideario del hombre de La Edad de Oro, prócer de Nuestra América, pasó a formar parte de la identidad cubana y de nuestra cultura, y renació en la lucha contra la Enmienda Platt, en la Revolución del 30, en el Moncada y el Goicuría, en la sierra y en el llano, en Girón y en las escuelas, en los ejércitos de batas blancas, en la nueva Constitución recientemente proclamada y en cada cubano que piense en Cuba como Patria.

Porque como dijera Carilda Oliver Labra en sus Décimas Martí, nunca hubo un muerto más vivo, un muerto menos muerto, que este grande entre los grandes que voló, y aún vuela, sin alas por la historia y el corazón de su Isla.

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