miércoles, 20 de marzo de 2019

La fidelidad de la virtud




“La biblioteca interior de Villa Manuela, en las afueras de La Habana, sirve de cámara mortuoria. El féretro, entre cuatro cirios, está cubierto por la bandera cubana, al frente un crucifijo de pie y el conjunto reposa sobre una alfombra persa. La primera guardia de honor la asumen su hijo Vicente y sus yernos Leonardo, Plácido y Rafael.

“Un emisario del presidente presenta a los dolientes la invitación para velarlo en el Capitolio y brindarle los honores oficiales, pero sus hijas, conocedoras de las convicciones antimachadistas de su padre, lo rechazan. En su lugar, entre los libros preciados donde el político y periodista acostumbraba trabajar hasta altas horas de la noche, lo despiden familiares y amigos en velada de honor”.

Así describe Mercedes Ibarra Ibáñez, bisnieta del patriota, las exequias de Juan Gualberto Gómez, aquel mulato hijo de esclavos que brilló por su inteligencia, honradez y dignidad, pero sobre todo por, como dijera Martí, querer a Cuba con aquel amor de vida y muerte, aquella chispa heroica con que la ha de amar en estos días de prueba quien la ame de veras.

Porque él no fue solo el hombre en quien el Apóstol confió la conspiración en la isla durante la preparación de la guerra necesaria o las órdenes del reinicio de la lucha por la independencia del 24 de febrero de 1895.

En este hijo de Matanzas coincidió el patriota radical que se opuso fervientemente a la Enmienda Platt; el demócrata que fustigaba sin descanso los desmanes de José Miguel Gómez y los crímenes del machadato; el mulato que mantuvo con orgullo sus raíces y luchó por la dignidad del color de su piel;y el articulista infatigablede lenguaje claro quemanejaba lo mismo el ataque incisivo y demoledor que el sarcasmo hiriente y mordaz en sus escritos de La Igualdad, La Fraternidad y Patria.

Asi lo describiría Nicolás Guillén al conocerlo en la década de los años 20 del siglo pasado:

“Hombre de estatura breve, aunque de cuerpo proporcionado y bien repartido. El gesto desenvuelto acusaba enseguida su filiación social; persona de mucho viaje, mucha lectura y mucho trato o roce. En los últimos años de su vida, que fue cuando yo lo conocí, había desaparecido ya la gran melena que se hizo clásica entre el pueblo, y llevaba el rizado cabello, entrecano y corto, abierto al centro de la cabeza; una cabeza llena de fuerza y distinción.

“¿De qué nos hablaba Don Juan? De todo, pues poseía una cultura variadísima. Pero gustaba hacerlo principalmente de política, tanto de la cubana de aquellos días –ya estaba conspirando contra Machado– como de la española muchos años antes, es decir, de los tiempos en que le tocó conspirar junto a Martí en la Guerra Chiquita y la revolución de 1895.”

Fue pasadas las seis y cuarto de la mañana del 5 de marzo de 1933, cuando falleció Juan Gualberto aún sin 79 años de edad, pobre pero admirado por su pueblo, fiel a sus principios, esos que hicieron frente al intento de sobornos y amenazas el interventor Leonardo Wood, cuando la Enmienda Platt, expresara con rabia e impotencia,:

“Hay unos ocho, de los 31 miembros de la Convención, que están en contra de la aceptación de la Enmienda. Son los agitadores de la Convención, dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto Gómez, hombre de hedionda reputación, así en lo moral como en lo político”.

Para quien amó a la Patria por sobre todas las cosas y puso como objetivo de vida su bien, no existe mayor halago u orgullo, que ser merecedor de este insulto por parte de quiénes odian a su tierra. Asi vivió y murió Juan Gualberto Gómez.

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