sábado, 21 de septiembre de 2019

Juicio del Moncada: El alegato por una justicia sin esposas



“A todos los condujeron esposados a la sala de justicia. El sonido metálico que sobresaltó al escaso público presente había sido producido por las cadenas cromadas que apresaran un centenar de muñecas (…) Fidel Castro hizo un alto para tratar de hablarle al Tribunal, y los guardias, en actitud de zafarrancho de combate, rastrillaron sus armas. Había dos cientos de ellos en el interior de la Sala del Pleno y muchos más afuera. Hacían un total de 600 los guardias que ocupaban la manzana donde estaba situado el Palacio de Justicia.

“Chocando unas con otras las esposas que mantenían las manos cautivas, Fidel llamó la atención del Tribunal y por sobre el sonido de las culatas de los fusiles de los custodios que tocaban en el piso imperativamente, dejó escuchar su voz limpia y firme: ¿Qué garantías puede haber en este juicio? Ni a los peores criminales se les mantiene en una sala que pretende ser de Justicia en estas condiciones, no se puede juzgar a nadie esposado.

“Hubo un silencio total y el Presidente de la Sala ordenó: ¡Esta vista se suspende hasta tanto quiten las esposas a los acusados!…”.

Así narraba Marta Rojas el comienzo, aquel 21 de septiembre de 1953 en la Sala del Pleno de la audiencia de Oriente, del juicio más trascendente de nuestra historia: la Causa 37 o Juicio del Moncada, contra los asaltantes a los Cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953.



Trascendental no solo por el “crimen” por el que eran juzgados, sino también porque ni las bayonetas ni las esposas amedrentaron a estos acusados que en lugar de negar los cargos confirmaron que en el año del centenario del nacimiento del Apóstol, no lo dejaron morir, y desde la defensa de Fidel, quien solicitó al Tribunal ser su propio defensor dada su condición de abogado, se volvieron acusadores de la tiranía.

En cada momento Fidel, el abogado, interrogó a los testigos y acusadores incluyendo a los altos oficiales de la tiranía, a los que descaracterizó, ridiculizó, acusó de ser asesinos de sus compañeros y probó con sus alegatos la verdad acontecida el 26 de julio y en la persecución posterior, ganando la batalla judicial y política desde ese primer día del juicio a los combatientes sobrevivientes del Moncada.

Más importante aún, cada respuesta e intervención se volvió tribuna de defensa de los lineamientos políticos que sustentaban la acción, comenzando por la reivindicación de la memoria de José Martí en el año de su centenario hasta llegar a los elementos contenidos en el Manifiesto del Moncada a la Nación, redactado a indicación suya por Raúl Gómez García.

Fue tanto el impacto de este primer día de un juicio por demás público y altamente mediático, a pesar de la censura batistiana, que el joven Fidel fue apartado del proceso con el pretexto de una enfermedad a partir del 22, para ser juzgado días después, el 16 de octubre, en una salita de estudio de las enfermeras del Hospital Militar donde pronunciara su alegato que el mundo conoce como La historia me absolverá.

Pero a pesar de los intentos y maquinaciones de una justicia entregada al poder militar, el juicio del Moncada demostró que el movimiento revolucionario encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz, no pretendía solamente una acción militar tradicional para derrocar un gobierno espurio o de facto, sino que respondía a un programa político revolucionario que debía remover las estructuras de la nación, violadas por el golpe militar de Fulgencio Batista.

A pesar de las condenas que llevarían a la Prisión Fecunda, este juicio puso en conocimiento de todo el pueblo cubano la existencia de un movimiento continuador de las ideas independentistas de los mambises de antaño, a la vez que denunció los crímenes de la dictadura y el abandono de los más pobres, marcando un hito en la historia libertaria de nuestra nación.

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