miércoles, 21 de febrero de 2018

Pequeños adultos




Ya es de noche y la ciudad de Matanzas duerme en su mayoría. En algunas ventanas titila la luz de un televisor con alguna película desvelada mientras en la rivera de alguno de sus muchos ríos una pareja declara su amor.

De repente el aire se estremece cuando los gritos, digo, las notas de un reggaetón surcan las calles estremeciendo cristales y despertando a los durmientes. El volumen sigue subiendo y ya no es música sino estridencia y los participantes involuntarios de tal fiesta se preguntan quiénes serán los partícipes capaces de soportar tales decibeles.

Pero en el centro de la tormenta acústica quienes bailan al ritmo de una dudosa música no son mayores, ni siquiera jóvenes, pues se trata de adolescentes, casi niños, esos mismos que en otros tiempos deberían dormir junto a la Calabacita.

Lamentablemente esta es solo una parte del fenómeno que viene sucediendo en nuestra sociedad donde cada vez jóvenes más niños actúan no como adultos, sino según los cánones que creen establecidos para una mayoría de edad alocada, que se impone al paso normal de los años.

Quemar etapas, adultización de la niñez, crecimiento acelerado, son algunos de los nombres dados por especialistas a esta moda que parece imponerse no solo entre quienes la viven sino también entre los padres que lo permiten e incluso fomentan.

Hoy para muchos la adolescencia temprana, esa que casi roza con la infancia, constituye una etapa de la adultez, donde pueden y deben vestir cual actores y cantantes de pasarela , usar maquillaje y presumir de novias y conquistas amorosas.

Los que más empiezan a incursionar en el alcohol y el tabaco, en fiestas como las que en la noche estremecen las calles con sus notas mientras la culpa parece ser de muchos y de nadie.

Atrás quedan los juguetes y peluches, las trenzas infantiles y fiestas con piñatas, para ser sustituidos por minifaldas y botines, tintes de pelo y vocabulario agresivo. La vida deja de tener secretos por descubrir y esa concepción social tan necesaria llamada infancia desaparece entre la bruma.

Este salto de una etapa tan importante retarda y hasta sustituye tareas vitales para la infancia: el juego y el desarrollo de las habilidades sociales, con todas las implicaciones que esto traerá más adelante.


Y los culpables no están solo en los medios masivos de comunicación, hogar de nativos digitales, o en una sociedad moderna que no distingue claramente entre el mundo del adulto y el del niño; sino que también incluyen a la sociedad en su conjunto.

El problema radica en que a veces se trata de un proceso inconsciente por parte de los mayores, esos mismos que sonríen orgullosos al ver a los más pequeños hacer tareas de grandes, sin ver que modifican el comportamiento del menor buscando que asuman responsabilidades.

No se trata de no enseñar a los más pequeños o de mantenerlos en la ignorancia, pero sí de actuar en la justa medida para que la responsabilidad no sustituya a la infancia, ni el deber a la imaginación que desborda, característica propia de estas edades.

Los padres, la escuela y hasta la sociedad deben aportar para dejar de crear pequeños mayores en cuerpos de niños y en lugar de eso defender cada etapa que el ser humano debe transitar para alcanzar un total y pleno desarrollo.

Solo así la infancia seguirá siendo baluarte de la inocencia, y el primer paso para una vida completa, donde se viva cada momento justo en su tiempo.

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