martes, 24 de abril de 2018

El arte de discutir




Reza un viejo refrán que existen tantas verdades como estrellas en el cielo, por lo que no extraña entre humanos los choques de ideas dispares, acto llamado “discutir” por los antiguos en su afán de darle nombre a todo.

Así, en la antigüedad los grandes pensadores se enorgullecían de sus formas de convencer e imponer su criterio y hasta lo consideraban una asignatura vital en los currículos de reyes y

diplomáticos, pero hoy muchos desvirtúan su sentido convirtiéndola en una cacofonía de gritos y monólogos.

Y no se trata solo de un fenómeno matancero, pues hay todo tipo de querellantes, quienes, a veces, hacen dudar de si realmente se está hablando con un humano con raciocinio.

Dentro de las diversas variantes se pueden mencionar algunos. Existen aquellos que, como loros, solo atinan a repetir lo leído u oído, venga o no al cuento, escudándose de frases manidas sin interiorizar sus verdaderos significados.

Otros, casi como muros, muestran convicciones inmutables como piedras y rechazan de manera tajante cualquier criterio diferente o contrario, ciegos de su propio error.

También están los hijos del mítico Narciso que enamorados de su voz, la usan para hacer un monólogo, ya que su charla constante niega la palabra a cualquiera aparte de sí mismo.

Y por supuesto, con una proliferación alarmante, se encuentran aquellos que creen que hablar fuerte es sinónimo de tener la razón y tienden a convertir una plática civilizada en gritos e insultos.

Asimismo, hallamos a los que, cual serpientes, envuelven a los oyentes con hermosas palabras vacías, los que defienden su postura insultando a los contrarios, los que acuden a cifras incomprensibles, o los que ante un tema espinoso se van por la tangente…

Son tantas las variedades como el número de astros en el firmamento, y en ocasiones no aparecen puros, sino mezclados con características diversas, de acuerdo con cada persona. Y aunque

no todos resultan malos, el arte de discutir en la actualidad deja mucho que desear al ignorar requerimientos básicos.

Para hacerlo técnicamente solo se necesitan de dos personas o más; de igual modo se requiere saber escuchar, respetar las opiniones aunque difieran, mantener convicciones profundas,

pero reconociendo errores y aceptando los criterios de otros.

Un buen choque de opiniones tiene la facultad de mostrar hasta dónde llegan los conocimientos y el entendimiento sobre un tema,

pero también el respeto a los semejantes y a la diversidad de este mundo.

La escuela, el trabajo, una reunión, o por la calle resultan espacios propicios para defender la que fuera llamada en la antigüedad la más sublime de las artes y el mejor de los saberes.

No se trata solo de un trabajo de los querellantes o de quienes usan la palabra como forma de vida, sino de todos los que a diario ven cuestionar, convencer, dialogar.

De nosotros depende preservar el arte de discutir como un ejercicio del intelecto, y no como una afrenta a los oídos, carente de sabiduría y humanidad. No solo es nuestro derecho, sino nuestro deber.