martes, 27 de febrero de 2018

Pepe Río




Para el extraño que llega a la Ciénaga de Zapata por primera vez, esta se descubre como un lugar mágico por su realidad maravillosa y sus personajes escapados de las mejores historias de Onelio Jorge Cardoso.

Asi mismo sus pobladores llevan en si el alma de cuentistas y poetas, seres de realidad y fantasía donde los limites se desdibujan y el recién llegado ni sabe ni quiere encontrar verdades o mentiras.

Como uno de estos personajes surge José Ríos Mull, Pepe Río para la inmensa mayoría de los que conocen a este anciano de 82 años que resume en su vida la historia de la ciénaga y su gente, una vida marcada por el mar, el carbón y la revolución.

PRIMERO FUE EL CARBÓN

Sentado en un sillón, para Pepe Río es difícil a veces traer desde la bruma de sus tiempos algunos recuerdos. A veces la voz se le quiebra, otras los ojos se nublan, pero, como él dice, hay cosas que no se olvidan jamás.

“Yo nací en Pinar de Río, allá por el 36, en la zona de Majana, pero con solo 15, 16 años vine a vivir aquí, a la ciénaga. No se me olvida ese 16 de octubre del 51 cuando llegue aquí para quedarme.

“Tanto en Pinar como aquí, la vida era muy dura y yo desde pequeñito ayudaba a mi viejo a cortar leña y cargarla a la espalda para construir los hornos de carbón y ganar algunos pesos con los que vivir

“Nosotros vivíamos monte adentro, en un pequeño rancho sin puertas, con mucho mosquito y hambre, a pesar de que trabajamos cantidad. ¡Y mira que trabajamos!, todos los días, menos el sábado, hacíamos entre 17 y 18 horas diarias cortando leña desde las 12 de la noche hasta las 6, 7 de la noche.

“Y cuando llegamos a la casa también había que seguir cortando leña para la cocina, cuidar los animalitos que teníamos o lo que sembrábamos en el patio para salir adelante. Fíjate que había días que lo que dormía era una hora.Pero no nos cansábamos compadre.

“Lo peor de todo era que yo comía mucho, pero aunque los españoles radicados aquí que nos contrataban daban comida durante el corte, muchas veces lo único que tenía para comer era un jarro grande con galletas trituradas, unas que venían de Batabanó y que se podían guardar durante un año sin que se echaran a perder. Entonces me las comía de pie, apurado, pues no se podía perder tiempo de corte.

“Pues ese era la única manera de sobrevivir y yo cortaba mucha leña, era uno de los pocos que lograba cobrar hasta 60 pesos y con eso íbamos tirando, pero también había épocas en que el capataz de Juan González, que era como se llamaba el lugar o el dueño, no me acuerdo bien, iba rancho por rancho porque no había trabajo y estábamoshasta 15 días sin salir del rancho.

“Así nos metimos diez años, hasta que triunfó la revolución”, nos cuenta Pepe mientras mira el letrero que identifica su casa como hogar Cucalambé.

TAMBIEN EL MAR

“Enero del 59 trajo numerosos cambios para la zona y yo pude dedicarme a una de mis grandes pasiones, navegar. Desde los 8 años yo salía en un barquito que tenía, por lo que era muy experimentado. Fíjate que con solo ver el fondo podía saber si el barco pasaba o no.

“También a la hora de pescar yo atracaba el barco con dos cabos para que no se moviera, uno por la popa y otro por la proa, a diferencia del único que suelen usar los pescadores.

“Pero no me guardaba esos conocimientos para mí, sino que le enseñaba a los muchachos, y hasta a un teniente de la marina batistiana.

“Por eso y antes la oportunidad de hacerme patrón de barco en la escuela de Barlovento, en La Habana antes de llegar a Mariel, me fui para allá a estudiar. Allífui monitor de maniobras y de amarres de cabo y al final me ice, digo, me hicieron un buen patrón de barco, al punto que después, cuando estaba en Caleta Buena, fui conocido como el mejor patrón de barco de toda la costa sur de Cuba, más aun que los patrones de Cienfuegos, que eran muy buenos.

“Estuve muchos años de patrón de diversos barcos y era muy dichoso. Tenía mucha suerte, y al saber fondear pescaba cantidad. Imagínate que en una noche de corrida junto a otros dos acompañantes logramos atrapar 504 pargos cada uno.

“No era solo suerte, sino que sabía mis mañas, como por ejemplo, que cuando se siente tirar el anzuelo no es el momento de halar, sino que hay que esperar y después sacar, para que el pez no se suelte o parta el sedal. Y también hay que poner bien la carnada.

“Otra cosa que también me ayudaba era el cebo. Yo siempre usé el cobo que capturaba nadando pues desde niño aprendí a aguantar mucho la respiración y podía ir bastante profundo, hasta el punto de tener que dejar una enguatada para marcar la posición.

“Pero siempre lo que más me gustó fue la pesca en las corridas, donde dejaba fondeado el barco y este no se movía. Ahí si pescaba cantidad y en varias horas cogía toneladas de pescado que entregaba a un circulo infantil y al hospital de Cayo Ramona, pues yo era pescador voluntario”, narra mientras añora esos días cuando desafiaba al mar.

TRABAJANDO EN CONJUNTO

“Pero la Revolución no solo representó la oportunidad de estudiar, sino que también me permitió integrar la primera cooperativa que se formó aquí en la ciénaga en los primeros días de enero.

“Esta fue una oportunidad única para los carboneros de vivir mejor porque había más unión, más organización, pero también más descanso. Era un momento curioso en el que se pagaba más trabajando menos, al tener el carbón un mayor precio.

“En esta cooperativa estuve hasta que esta se desintegró pero aun es un buen recuerdo, incluso cuando hoy ya no quemo carbón ni pesco porque estoy medio discapacitado. Pero aun puedo contar mis historias con mi propia voz, a pesar de los detalles que no recuerdo”, dice algo triste quien también combatiera en Girón hasta que el ultimo mercenario fue apresado.

MOMENTOS UNICOS

A pesar de vivir en medio del monte, o tal vez porque vivía aquí, Pepe Río tiene algunas historias realmente imborrables, de esas que como con Jorge Cardoso, desdibujan los límites de lo real y la ficción.

“Desde que era niño, y tenía unos 10 años yo era un ortodoxo rabioso, seguidor de Chivas y sus ideas, estaba seguro que iba a salir de presidente e iba a representar un cambio, además de que no me gustaban las mentiras, tal y como planteaba su lema de Vergüenza contra dinero.

Pues a Chivas tuve la oportunidad de verlo de niño cuando daba un discurso en La Habana, parado sobre el capó de un carro con otros dos locutores, uno de ellos German Pinelli. De pronto empezó un tiroteo y todo el mundo corrió, pero el se quedó ahí, y yo también.

Y no es solo esta aparición en la historia una de esas anécdotas extraordinarias de quien fuera considerado como el poeta y decimista de voz más bella en la zona, pues la pesca, su gran pasión, también tuvo sus momentos.

“Hubo un día en que buscando cobo me tope de frente con un pez dama, un tipo de peje muy grande que se pone con la boca abierta para cazar y pesa varias toneladas. Este en particular era más grande que mi barco, pero yo no le cogí miedo al bicharraco ese y subí al bote al navío para seguir con lo mío. ¡Qué miedo le iba a tener si yo he nadado hasta con tiburones!

“No intente pescarlo porque no me pareció peligroso, además de que sabía que para sacar a uno que cogieron en la bahía de Cienfuegos hizo falta hasta una grúa.

“Así que lo deje tranquilo, y él a mí, pero en eso pasó un barco mercante con buzos quienes al ver a mi acompañante formaron un corretaje, que se perdieron enseguida, y estuve días sin verlos. Pero al pez dama si no lo volví a ver”, cuenta jocoso este anciano de 82 años a quien la edad tampoco ha perdonado, pero le ha dado la oportunidad de contar su historia, despacito pero seguro como la quema del carbón que hacía, pero a la vez furiosa e indetenible como las corridas en las que pescaba y hoy recuerda con una sonrisa.

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