viernes, 22 de febrero de 2019

La sensibilidad del bobo




Ella, con su bebé en brazos, sube a la guagua y como si de un hechizo se tratara a su alrededor ocurre un caso de sueño crónico.
Aquellos que hasta el momento se reían a viva voz bajan la cabeza para una cabezada oportuna, o se deleitan con el paisaje desde la ventanilla sin voltear en rostro, como si estuvieran petrificados.

La joven madre aun espera, pues de pie no puede irse, pondría en peligro a su niño. Las voces empiezan a alzarse, extrañamente, desde los que ocupan el pasillo, y hasta el chofer anuncia que no saldrá hasta que le den el asiento pero nada sucede y así los minutos pasan hasta que, cuando ya la mamá se resigna a bajarse, se oye a una anciana quien desde casi el final del bus dice “ven, mijita, siéntate aquí”.

¿Acaso ese día se pusieron de acuerdo discapacitados y embarazadas para viajar en el ómnibus o se trata de algo más grave, quizás de una condición de nuestra sociedad actual?
La realidad es que en Matanzas y en toda Cuba se vive una falta de sensibilidad y empatía que afecta a todos los ámbitos de la vida diaria.
Se ve cuando en la calle no se detienen a ayudar a una señora mayor, cuando en un transporte se empujan sin mirar a quien o incluso cuando se toman fechas destinadas a la familia para especular precios y tratar de obtener la mayor cantidad posible de beneficios. Y lo peor de todo es que se considera normal.

Tampoco se trata de un fenómeno propio de la juventud, pues en estos acontecimientos se pueden ver tanto a menores como a ancianos, a mujeres y hombres.

Según los investigadores la falta de empatía, esa condición de ser capaces de ponerse en el lugar del otro y actuar en consecuencia, puede ser la pista de algún trastorno o condición neurológica, pero en su mayoría proviene de la educación y el entorno que se crece.

¿Cómo se puede entender entonces que en un país como Cuba, capaz de actos de tal altruismo como las misiones médicas ante desastres naturales o la vocación solidaria que viene desde Martí y Fidel, falte ese criterio de tratar al prójimo como te gustaría que te trataran a ti?

Muchos pueden aducir a las razones comunes, las dificultades en la educación, la crisis de valores, la situación económica, la programación televisiva, la sociedad…

Lo cierto es que cada vez más el concepto del yo individual ha venido cobrando fuerza, aún por encima del colectivo, pisoteando sus intereses e ignorando a los otros con las respectivas consecuencias que se ven desde aquellos incapaces de trabajar en equipo, de defender sus ideas ante opuestos sin necesidad de gritos y amenazas, o educar correctamente a sus vástagos.

La respuesta a tan complicada situación debe ser multifactorial pero puede empezar desde uno mismo, siendo capaces de con el ejemplo ir dando pequeños pasos en pos no de una solución a un problema, sino de rescatar esas características que por años han caracterizado a nuestro pueblo ante el mundo.

Darle la mano a quien lo necesita y ayudar no es ser “un bobo” como claman algunos por ahí, sino dar muestras de nuestra humanidad.

Pero el pensamiento no debe ser el de una opción para sentirse grande, sino de una obligación, no por creer en karmas o religiones, por ser humanos que hace cientos de años optaron por ayudarse para sobrevivir y avanzar.

Además, quién sabe si un día esa persona que tu no ayudaste sea quien te brinde la mano ante una caída.

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