lunes, 16 de enero de 2017

Niños Digitales



Recuerdo, no hace mucho, cuando una vecina insistente aseguraba ante las obras de arte que una tiza dejaba en su pared, que la juventud estaba perdida; o cuando, en el primer aguacero de mayo criticaba a las decenas de piececitos desnudos que bailaban sin preocupación en medio de la lluvia, sin orden alguno.

Eran los tiempos del trompo y de la suiza, los yaquis y las pelotas. Los árboles eran fuertes a conquistar, las calles: pistas de carreras para las carriolas y chivichanas construidas y desarmadas con la ayuda de padres, tíos, abuelos, padrinos….

El mundo era grande, enorme, lleno de secretos y maravillas desafiantes que invitaban a mirar con ojos de asombro la bahía, el monte, los edificios, incluso la gente.

Pero hoy, ya sea por crisis de valores, por la sociedad o por la tecnología, el mundo no se ve igual, aunque es el mismo.

Hoy los niños no pintan grafitis en las paredes, en su lugar rellenan colores en sus teléfonos. Hoy no corretean en las calles o bajo el agua, sino que se encierran en sus audífonos para no ver la realidad, ignorando calles y tráfico.

Hoy existen niñas que en vez de jugar con muñecas tienen sus propios bebés, mientras otros, de rojo uniforme y pañoleta azul, hablan de cualquier tema a viva voz, sin pudor o privacidad, sin sentido del lugar, el espacio, o la edad.

El mundo hoy es un reino insuficiente, donde no hay tiempo para jugar y aprender, ni siquiera para crecer sin saltarse etapas. Y a cada momento se agrava.

Pienso entonces que si mi vecina aseguraba antes que la juventud estaba perdida, hoy se quedaría sin palabras ante los que, frente a la sonrisa de los mayores y el desconcierto de la mayoría, solo saben repetir palabras como lo harían Dora, Diego y Sofía, por citar algunos de los “muñequitos educativos” con que los padres y la televisión atiborran a sus niños desde antes de hablar, exponiéndolos a daños en su desarrollo cognitivo.

Sé que sin dudas lloraría, a pesar de sus peleas, cuando un niño no le responda el saludo por ir ensimismado en las musarañas, solo atento a las redes sociales o el videojuego de moda, ese latir informático que constituye su razón de ser.

Los culpables son varios y no alcanzarían las líneas para nombrarlos. Lo cierto es que la culpa primera recae en los padres, esos mismos que nacidos en la llamada generación Y, la del Milenio, piensan que todo se puede resolver con la tecnología.

Pero entonces, ¿si los padres que nacieron con este fenómeno tratan así a sus hijos, que harán estos últimos con sus hijos?

Hay que cambiar.

Una aplicación informática no sustituye a un padre ni a un maestro, y creer que puede hacerlo constituye un error colosal.

La televisión, medio para viajar entre realidades, no puede ser la manera de tranquilizar a los niños, ni de enseñarles lo que deben aprender socializando con otros, con juegos de roles, con interacciones reales.

Son los padres y los maestros los que deben acabar con esta moda de criar niños digitalmente, sustituyendo el cariño por computadoras, el contacto por mensajes electrónicos.

La tecnología no es mala ni buena para nuestros niños, como todo en la vida depende de la medida en que se use, de los límites que se tracen.

Se puede aprender del televisor, los celulares y hasta de los tan polémicos videojuegos, pero la realidad virtual es solo eso, virtual.

No aspiro a que regresen el yaqui y la suiza, tal vez es muy tarde para ello, pero espero que nunca pasen de moda los besos, los abrazos, los juegos inventados en cada esquina y la sonrisa de las travesuras, esas que harán gritar a una vecina, como la mía.

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