miércoles, 4 de enero de 2017

145 años de un crimen




Es 27 de noviembre de 1871. En la explanada de la Punta, frente a las ventanas del depósito del Cuerpo de Ingenieros, en el litoral habanero, 8 jóvenes, casi niños marchan hacia su muerte.

Sus crímenes, merecedores no de uno sino de dos consejos de guerra, consisten en una flor arrancada y un rayón nunca encontrado en la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.

Son más de las 4 de la tarde y los inocentes de acción y conciencia se colocan de dos en dos, de espaldas, amarradas sus manos y de rodillas. La ignominia es el objetivo de los captores.

Sus nombres: Alonso Francisco Álvarez y Gamba, de 16 años, el más joven, sentenciado a muerte por una flor; Ángel José Eduardo Laborde y Perera, de 17 años; Anacleto Pablo Bermúdez, González de la Piñera y José Ramón Emilio de Marcos y Medina, los tres de 20 años; Juan Pascual Rodríguez y Pérez, el mayor de todos, con sus escasos 21 años .El “horroroso crimen” de estos últimos: jugar con un carro fúnebre.

Pero son más. La maquinaria colonial no estuvo conforme con 5 vidas, y al azar, como en un juego, puso tres nombres más.

Ellos fueron Eladio Francisco González y Toledo, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, ambos de 20 años y Carlos de Jesús Verdugo y Martínez, de 17 años, quien se encontraba en Matanzas con su familia durante los sucesos.

Nada de eso importó a los jueces. Tampoco la defensa del capitán del Ejército español Federico Capdevila Miñano, abogado de oficio de los jóvenes.

Son las 4:20 de la tarde y el capitán de Voluntarios Ramón López de Ayala da la orden. Los fusiles disparan su metralla y 8 futuros médicos quedan truncados por la rabia, el temor y la prepotencia de aquellos que a la inocencia llamaron “hienas”.

Sus vidas son segadas pero el crimen no calla a un pueblo que pide a gritos su independencia.

La injusticia no tiene olvido, y el pueblo cubano, tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario