martes, 26 de junio de 2018

La ofensa de un piropo



Camina por la calle sintiéndose reina, segura de sí misma y del aspecto que muestra. Las miradas apreciativas y hasta alguna bendición a sus andares la hacen sonreír y el día se ilumina, pues se siente grande, hermosa, apreciada.



De repente un chiflido surca el aire y una sarta de palabras soeces la agreden, intenta ignorarlos, pero estos aumentan al punto de sentirse ofendida y la mano le pica por una bofetada bien merecida a su agresor, o una contesta que lo ponga en su lugar.



Lo piensa, pero los falsos cumplidos suben de tono y ya no es incomodidad, sino miedo, pues una persona capaz de tales comentarios ante tantos testigos puede fácilmente convertirse en una pesadilla para cualquiera.



Y como nadie interviene, la antigua regente se achica, baja los ojos y reza por volverse invisible, y pasa a ignorar su alrededor, para salir rápido de la tortura que representa salir a la calle y exponerse a estos piropos modernos que ninguna relación guardan con su concepto.



Según la Real Academia Española, el piropo constituye un sinónimo de galantería, es decir, halagar con palabras bonitas e ingeniosas buscando tal vez una conquista o un cumplido de vuelta, porque ellos también pueden ser piropeados.



Pero a pesar de que aun existen practicantes de este arte, cada vez resulta más común quienes ante la belleza femenina lo convierten en acoso sexual callejero y una forma de violencia de género, no solo hacia quienes lo reciben, sino también hacia los oyentes.



Ejemplos hay miles, llenos de palabras o frases ofensivas con contenido vulgar que laceran el pudor de una dama, así como su autoestima y sentimientos.



Atrás quedan las comparaciones con dulces, seres celestiales o flores y aquellas frases ingeniosas: “si cocinas como caminas, hasta la raspa me como”; para dar paso a estribillos de reguetón, malas palabras y proposiciones indecentes gritadas a viva voz.



Por desgracia, tal tendencia está y todos lo ven como cotidiano, incluso, como una parte inherente de nuestra cultura y del “derecho” de cada cual de opinar en la forma preferida, más aun cuando la ropa, según ellos, los incita.



Pero el modo de vestir no puede ser excusa para la agresión que muchas féminas sufren en espacios públicos bajo el disfraz de cumplidos.



Sus causas resultan diversas y se conjugan para atentar no solo contra una parte de nuestra cultura, sino contra la propia integridad de las personas.



Rescatar la regla de oro al hablar y halagar, así como la consideración y el buen gusto resulta una tarea actual, para que todas las damas no sea ofendidas en su diario, ni siquiera con el pétalo de una flor.

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