viernes, 16 de diciembre de 2016

Más de 400 años de historia Presencia de las culturas Orientales en Cuba (1492-1923)

Los árabes o moriscos.

Pero Cuando hablamos de culturas orientales salta a nuestra vista otra más oriental que asiática: los árabes o moriscos.

La forma más directa es a través de los propios españoles, influenciados por siglos de presencia morisca en sus tierras y por más de un moro en la expedición de Cristóbal Colón.

La evidente presencia de moriscos en América tuvo su reflejo en Cuba. Según hallazgos del Dr. Cesar García del Pino (citado en Méndez) en 1596 arribaron a La Habana algunas decenas de esclavos musulmanes, entre ellos un grupo de naturales de los antiguos reinos de Marruecos, Fez, Túnez y Tremecén y además dos moriscos.

Estos vestigios documentales permiten catalogar la primera etapa de impronta árabe en Cuba como hispano-morisca y morisco-norafricana, compuesta por esclavos y personas libres convertidas al catolicismo. Se observa además la huella arquitectónica, que durante el siglo XVII y principios del XVIII predominó en La Habana, Remedios, Santiago de Cuba y otras ciudades con el estilo mudéjar, herencia importante de la escuela de construcción morisca de Sevilla.

El estilo mudéjar es apreciable en edificios religiosos y civiles del Centro Histórico de la ciudad de La Habana (iglesia del Espíritu Santo, Casa de Oficios # 12 y Casa de Tacón # 4) y de Remedios (iglesia Parroquial de la Ciudad).

La colonización española dejó en Cuba otras huellas de impronta árabe, como el legado lingüístico en varios miles de vocablos de procedencia árabe en la lengua castellana y aun en nuestros cubanismos, la conservación de importantes especies moriscas en la culinaria criolla y de plantas aromáticas en nuestra jardinería.

Algunas influencias indirectas de la cultura árabe islámica llegaron además a través de los esclavos de diferentes denominaciones y grupos étnicos islamizados del África Occidental; ellos fueron portadores de saludos rituales como as salamu aleikum, que significa la paz sea con usted, la vestimenta blanca, el pañuelo turbante usado por las mujeres y otras costumbres islamitas asumidas en la actualidad por diferentes sistemas religiosos populares cubanos.

El gran momento histórico de presencia árabe en suelo cubano se produce a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y hasta la primera del XX, con la entrada de libaneses, palestinos, sirios y en menor escala de egipcios, libios, argelinos y yemenitas. Parece que el primer representante de esta oleada fue José Yabor, llegado a Cuba en 1870. El movimiento migratorio árabe comenzó entre 1860 y 1900. En el caso de Cuba se estima que fue aproximadamente para 1860. En el período comprendido entre 1850 y 1900 se encontró que llegaron al país 2 000 árabes. Entre 1906 y 1920 arribaron a Cuba 12 219 árabes y entre 1921 y 1937 la cifra de inmigrantes árabes se incrementó hasta llegar a 21 700 árabes.

El mayor porcentaje de esta inmigración correspondió a los libaneses, salidos de sus territorios debido a la profunda crisis económica que asoló a los-productores nativos y a las contradicciones con el Imperio Otomano que generaron el descontento de las comunidades cristianas, en particular los maronitas. Los palestinos emigraron fundamentalmente en la etapa posterior a la Primera Guerra Mundial. Sólo entre 1920 y 1931 los censos recogen la entrada a Cuba de 9337 árabes del Mediterráneo Oriental.

Los lugares preferidos para el asentamiento fueron las regiones urbanas de la Isla, las zonas comerciales, y los pueblos con desarrollo de la industria azucarera y la actividad ganadera. Las áreas urbanas de residencia más importantes fueron las ciudades de La Habana y Santiago de Cuba, principales puertos de arribo de los arabo hablantes. Además del centro de la ciudad de La Habana (hoy Centro Habana) y del Centro Histórico, los árabes residieron en Marianao, Santa Amalia, reparto Juanelo, Regla y pueblos de la actual provincia de La Habana (Güines, Bejucal, Quivicán y Bauta). En las provincias orientales además de Santiago las áreas preferidas fueron Guantánamo, Cueto, Manzanillo, Holguín, y Las Tunas. En Camagüey se agruparon en Guáimaro, Minas, Morón, Sola, Esmeralda, Santa Cruz del Sur y Ciego de Ávila. En el resto del país se comprobaron asentamientos en Santa Clara, Cabaiguán, Sagua la Grande, Matanzas, Cárdenas y Pinar del Río.

La venta ambulante, el comercio textil minorista especializado en confecciones de ropa y quincallerías, joyerías, tiendas de tejidos y los almacenes de importación constituyeron los renglones ocupacionales principales de los árabes en Cuba. De gran importancia fueron también las sastrerías y los restaurantes que ofrecían platos típicos de la culinaria levantina. La primera generación de descendientes se destacó y destaca en las ciencias médicas, y otros perfiles profesionales.

La agrupación social de los inmigrantes fue en algunos casos a nivel de nacionalidad, con tendencia histórica hacia la unión de las tres nacionalidades más numerosas. La mayoría de las asociaciones étnicas árabes, que sumaron más de treinta (Méndez), eran de tipo benéfico y recreativo, teniendo algunas por excepción finalidades políticas. Gran parte de ellas se concentraron en el denominado Barrio Árabe de La Habana, que abarcó las calles de Monte, como arteria central y otras como San Nicolás, Corrales, Antón Recio y Figuras. También ocurrió un asentamiento sólido en el poblado santiaguero del Tivoli.

En las no pocas décadas de su asentamiento en Cuba los árabes dejaron su presencia en las diversas esferas de la vida socio-política y cultural de la ínsula: más de una docena de ellos participaron activamente en las luchas independentistas alcanzando distintos grados militares; igualmente en las luchas insurreccionales de la época neocolonial, los nombres de muchos descendientes se inscriben en el martirologio patrio , entre los que se destacan los libaneses Benito Elías, Nasim Faray y Juan Manzur, los sirios Alejandro Haabad, Aurelio Elías y Esteban Hadad, y los palestinos Juan Abad y Agripín Abad, entre otros.

Los científicos arabo hablantes y sus sucesores legaron imperecederos logros en diferentes disciplinas médicas, y en el campo artístico se aprecian sus éxitos en la música, la plástica, y la poesía sin perder de vista aquellos que sobresalieron en la abogacía y la enseñanza filosófica y que ganaron gran prestigio a nivel internacional.

El inmigrante árabe que llegó a Cuba entre los siglos XIX y XX materializó un proceso gradual de integración en la nacionalidad cubana, de tal manera que en la actualidad su descendencia no se diferencia prácticamente del resto de la población. El árabe se fue fundiendo con el criollo, aprendió su lengua, se adaptó a sus costumbres sin perder la propia, se casó con las cubanas, fundó su familia y luchó por el país como suyo.



En el cubano descendiente de árabe su tierra natal, su educación, forma de identificarse, y su desenvolvimiento pisco-social le hacen sentir cubano, pero numerosas costumbres y tradiciones de la nación de sus ancestros, transmitidos de generación en generación han quedado en ellos como práctica permanente. Mantienen en sus casas algunos de los platos típicos mesorientales y llevan en sí mismo dos huellas imborrables de su etnicidad pasada: los rasgos físicos y los apellidos que simbolizan grupos patronímicos de sus sociedades agnaticias.

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